Friday, March 31, 2006

El reto de escribir una receta

Hace un par de meses mi hermana Gladys, que vive en Australia, me pidió mi receta de panqueques. Es lo primero que aprendí a preparar cuando era chica y - modestia aparte - a todo el mundo le gustan mis panqueques. Pero a pesar de eso y de que soy una fanática de seguir instrucciones, nunca tuve medidas exactas para confeccionarlos. Siempre los hice al feeling y siempre me salieron bien, hasta el día en el que me pidieron la receta. Fui a la cocina y empecé a medir los ingredientes conforme los iba añadiendo a la masa. Calenté la sartén con poquísimo aceite y cociné 4 panqueques (para mí, mi mamá, mi hermana y mi sobrina) para probarlos. Salieron mal, muy pesados. Tuve que ajustar cantidades, cambiar la harina y volver a hacer los benditos panqueques. A la segunda salieron bien y apunté la receta.

Curiosamente, ahora que estoy estudiando y que supuestamente tengo que hacer la mise en place con gramajes exactos, sucede lo contrario. Y ahora que estoy cocinando mi almuerzo diario con las cosas que sé que hay en la casa y las pocas verduras y demás insumos que compro los fines de semana, cada vez invento más y sigo sin apuntar las recetas. Me estoy volviendo en la típica ama de casa, qué horror.

Pero, lógicamente, esto tiene que cambiar. El cheesecake de manzana con gelatina de manzanilla que presenté en el examen final de Pastelería I tiene que quedar como receta de batalla. Igual que el risotto de brócoli y portobello, los spaghettis con salsa de brócoli al vino tinto y el cheesecake de 3 chocolates que presenté con mi grupo en el examen sorpresa "de bienvenida" de Pastelería II. Tantas cosas por cocinar, tan poco tiempo y sobre todo, tan difícil-de-bajar porcentaje de grasa... qué stress.

Friday, March 24, 2006

De cómo DT llegó a mi vida

Creo que era 1996. Estaba tocando con Los Inocentes en su mejor época pero aún así un aviso en El Comercio de una chica que buscaba gente para su banda me llamó la atención. La llamé y fui a su casa (un edificio en Porta al que volví años después para visitar a mi amigo Bernardo). No me acuerdo de su nombre (creo que Mina o algo así), tenía su guitarra estilo Strato y la conectaba al equipo que distorsionaba "naturalmente". Tocamos un poco y nunca la volví a ver. Pero un día recibí una llamada de una tal Marita, que tenía mi número porque también había llamado a Mina y le había contado que yo tocaba. Fui a una sala de ensayo por el canal 2 de un amigo de Marita que se llamaba Jano, estaba en silla de ruedas y chambeaba con Gianmarco (información totalmente inútil pero por algún motivo registrada aún en mi memoria). Marita estaba formando una banda luego de su salida de Sándalo, ese día estaba con la tecladista Lourdes, Herbert Kruger (en ese entonces enamorado de Marita, guitarrista y arreglista de la banda) y creo que alguien más. Tocaron un poco, toqué un poco, me pidieron que solee y les parecí aceptable, así que me llamaron al poco tiempo, me ofrecieron el puesto de bajista (porque Herbert se iba a quedar en la guitarra) y yo acepté.

Ensayábamos en la sala de Guillermo Bussinger, que era amigo de Marita. Como yo ya había vendido el único bajo que he tenido en mi vida, me prestaba el suyo un amigo de Guillermo llamado Martín (creo que en esa época tocaba con él en Aliados y frecuentaba la sala). El paso del tiempo trajo consigo cambios de integrantes (yo "ascendí" del bajo a la guitarra), esperanzas (incluido un posible contrato con jeans Apache para lo cual fue Chibolín en persona a vernos ensayar), discusiones, desánimos y 3-2-1 juego, un programa del canal 9 que incluía un concurso de bandas. Gracias a ese concurso escuché por primera vez a los D'mente Común y aparecí por primera vez en la tele. Nosotras participamos en 2 rondas (es decir, nos escogieron para aparecer en la tele, tocamos, ganamos, volvimos a tocar en otra oportunidad y nos eliminaron). El asunto del concurso trajo consigo algunas anécdotas (como haber llegado al canal en patrulla porque el sintetizador pesaba una tonelada y los policías siempre están dispuestos a ayudar a un grupo de chicas en problemas), un polo horroroso para cada una y los videos que grabó mi mamá y nunca vi porque los presté. Pero lo más importante fue un evento que cambió mi vida para siempre y que detallo a continuación.

Nos habíamos reunido en la casa de Marita para la sesión de vestuario, maquillaje y atenuación de nervios previa a nuestra presentación en el concurso. Herbert estaba ahí, él ya no era enamorado de Marita ni guitarrista de la banda, sólo hacía los arreglos y me daba consejos como gran guitarrista que es. Y me dio algo más, el Images And Words de Dream Theater. Por supuesto que sólo prestado, pero igual, no pude dejar de escucharlo, no tardé mucho en comprarlo, no pude evitar que se convierta en un vicio, en influencia, en referencia, en fanatismo, en la banda que no he dejado de escuchar desde entonces, a la que tuve la suerte de ver en Buenos Aires a comienzos de diciembre del año pasado en el mejor concierto de mi vida. Pero todo eso merece un post aparte. Sólo para concluir éste contaré que después de un tiempo las cosas se fueron para abajo y esa banda desapareció como tantas otras y que cuando miro atrás lo que me queda de Patatús (ese fue el segundo nombre la banda*) es DT.
* Sólo para no olvidarlo, el primer nombre fue "Angel Escarlata", mucho más chevere, pero fonética y peligrosamente parecido a "Angeles Calatas".

Friday, March 17, 2006

Fin de finales, una vez más

No hay nada más frustrante que sacarse 19 y medio en un examen sólo por no haber respondido una parte de una pregunta. O haber hecho lo mismo en el examen parcial y el final del mismo curso. O haber hecho un buen risotto y malograrle la textura por calentarlo con mucho líquido. O sacarse 14 de nuevo en el teórico de un curso (para mí, upecina, es como sacarse 11). O no poder responder una pregunta en un examen porque pensé que no había que estudiar ese tema y me la pasé cocinando. Un examen es frustración, siempre. Porque uno nunca da como está acostumbrado a dar. Lo veo en la cocina en cada semana de exámenes, lo veo en el dojang cada tres meses. Menos mal, it's over now. Sobreviví al reto de la cocina peruana y me toca enfrentarme a uno más grande: la novoandina. Pero también están la italiana (mi favorita), la pastelería II y los tragos. Qué buen ciclo va a ser éste. Y empieza hoy.

Friday, March 10, 2006

El culantro y yo

Tengo un par de dudas existenciales con respecto al culantro. La primera: ¿por qué demonios le decimos "culantro" aquí si en todos los demás países es "cilantro"? La segunda: ¿qué hace que yo, que soy totalmente mediocre en cocina criolla, pueda producir un plato más que aceptable con sólo añadir un poco de culantro?

En mi opinión, uno debe saber darse cuenta de sus limitaciones y evitar cruzar la línea. Saber para qué sirve y para qué no, no perder tiempo y perfeccionarse en lo que realmente puede hacer bien. En cocina, como en todo en la vida, cada persona tiene su especialidad (aunque algunos no tienen ninguna y deberían dedicarse a otra cosa) y generalmente esa especialidad proviene de los gustos personales o de la experiencia de trabajo. Mi caso es el primero. Mis primeros acercamientos a la cocina (fuera de las ensaladas de lechuga y tomate que le preparaba a mi tía) fueron, como para la mayoría de niños, a través de la repostería. Siempre me han gustado los dulces, así que rápidamente aprendí a hacer los panqueques de mi abuelita, además de bizcochos, tortas y galletas. Más adelante, más o menos a los 12 años, mi tía (la misma de las ensaladas) me presentó al plato que se convirtió en mi favorito y aún sigue teniendo un lugar especial para mí: la lasagna. Creo que fue entonces cuando recién empecé a disfrutar de verdad de la comida salada. Me encantaban el cebiche, el chicharrón de calamar, el pescado a la meunier y todo tipo de pastas. Al poco tiempo llegó otro descubrimiento: el Palachinke, que es hasta ahora uno de mis restaurantes favoritos.

A medida que me iba interesando más probar nuevos sabores me fui atreviendo a preparar platos salados: spaghetti a la bolognesa, a la carbonara, cebiche de pescado, pescado a la meunier, lasagna y pude comprobar con alivio que me salían muy bien. Pero además del cebiche nunca hice algún otro plato criollo, así que el curso de Cocina Peruana I ha sido todo un reto para mí. No tengo la sazón de la ama de casa promedio (en este caso mis genes peruanos fueron los recesivos), casi todos mis platos le dejan a uno con la sensación de que falta algo. A excepción de los verdes. Creo que hasta ahora mis únicos platos realmente buenos en el curso (en sabor, no en textura) han sido la causa verde de langostinos (pero una causa rica la hace casi cualquiera), el aguadito de pato y el tamal verde. Y qué tienen en común los últimos dos? El culantro. Así que he llegado a la conclusión de que el secreto infalible es el rehogado de cebolla, ajo, ají amarillo en pasta y culantro licuado. Al menos funciona para mí.

Wednesday, March 08, 2006

Un hotel, su cocina y su ascensor

Sábado 4 de marzo, 12 del mediodía. Nos reunimos en la puerta de la escuela, como estaba estipulado en el papel pegado en el salón, el mismo papel que decía que teníamos una visita al hotel Miraflores Park Plaza. Partimos en un taxi Pilar, Miriam, Edward, Alfredo y yo. Nos íbamos a encontrar con el resto en el hotel. Llegamos al Miraflores Park Hotel (nótese la diferencia con el nombre publicado en el aviso) y al ver que no había nadie más en la puerta (ni siquiera la profesora) dudamos de que fuera el lugar correcto. Llamé a Marta y me dijo que era por la cuadra 12 de Pardo. Estábamos en Armendáriz, así que decidimos tomar otro taxi rumbo a Pardo. El chofer tampoco sabía a dónde dirigirse, así que en el camino preguntamos a un policía de turismo que nos mandó al desvío. Pagamos, bajamos del taxi y nos acercamos a una camioneta de serenazgo. Nos dijeron que no existía el Park Plaza, sino que teníamos que ir al Park Hotel, el mismo en el que habíamos estado. Marta me lo confirmó por teléfono y me dijo además que se había equivocado: no era la cuadra 12 de Pardo sino de La Paz.

Pilar y Miriam no perdieron tiempo y convencieron al serenazgo y al policía que estaban en la camioneta de que nos jalen al hotel. En el camino el policía nos preguntó tips acerca de la cocción de varios platillos (pescado sudado, estofado de pollo, caldo de gallina, etc.). Llegamos a la puerta de cocina (a espaldas de la puerta principal) del hotel ante las risas de los demás al vernos llegar en ese vehículo. Este fue mi segundo encuentro cercano con el serenazgo de ese distrito, mucho más grato que el primero, allá por el año 2004 cuando me encontraron junto a otros guerreros urbanos tomando trago barato en el malecón.

En fin, luego de las risas y comentarios dejamos nuestros documentos en vigilancia y empezamos el tour con el chef. Todo interesante, aunque muy lejos de lo que esperábamos de la cocina de un 5 estrellas. Visitamos la recepción, la zona de porcionado de carnes y pescados, el almacén auxiliar, el almacén de vajilla de eventos, la cocina de pastas y pastelería, la cocina principal (con un vistazo al patio a la velocidad de la luz porque había comensales) y la cocina de eventos. El broche de oro era la cocina de desayunos, en el piso 11, la cocina más moderna con vista al mar.

Subimos al ascensor Alfredo, Edward, la profesora, Jenny, Miriam, Marta y yo. La puerta se cerró y empezó a sonar una alarma desesperante y se prendió la señal de "acá hay mucha gente". La carga máxima era de 525 kilos, peso que dudo mucho que hayamos alcanzado. Pero lo peor vino cuando intentamos abrir la puerta y no pudimos. En vano presionamos el botón de "abrir" un millón de veces. Nunca me había quedado encerrada en un ascensor, la verdad no me asusté para nada, las luces estaban prendidas, entraba aire por las rendijas y pude comprobar que aún con el ascensor casi lleno mi fobia no se manifiesta cuando estoy en lugares cerrados sino cuando además de eso no puedo moverme o respirar. Pero para Marta la cosa sí fue seria, mientras los demás broméabamos me imagino que para ella los 15 minutos que estuvimos ahí fueron eternos. Finalmente forzaron la puerta desde afuera y pudimos salir con vida aunque se suspendió la visita a la cocina del piso 11.

Todo esta experiencia nos llevó a reflexionar (y al San Antonio, pero esa es otra historia). Para saber si un hotel merece sus estrellas visita su cocina y verifica que los ascensores de personal han recibido mantenimiento. Así de simple. Y si te encanta el queso, las verduras y el pan integral anda al San Antonio y pide un sandwich Del Campo.

Friday, March 03, 2006

Choquequirao - parte 6

Post-Choque: "Las enseñanzas"

Naturalmente, fuera de todos los contratiempos que forman parte de la aventura de hacer un trekking de este tipo, todos quedamos contentos y con ganas de hacer la ruta larga (de Cachora a Choquequirao y de ahí a Machu Picchu) que toma 12 días. Es un reto difícil pero no imposible. Para ese y otros trekkings, conviene anotar algunas enseñanzas aprendidas en Choquequirao:
  1. No sobreestimar la capacidad de los trekkeros ni subestimar la dificultad de la ruta. 5E es 5E.
  2. Los 2 únicos artículos imprescindibles en un trekking son Gatorade y Huggies. La comida es totalmente innecesaria y más aún, debe evitarse en la medida de lo posible (salvo algunas barras energéticas y chocolates).
  3. Los zapatos de trekking se inventaron por una razón. Hay que usarlos.
  4. Si no conoces a la gente con la que trekkeas, firma un papel en el que se acuerde la distribución de gastos.
  5. Verificar el correcto funcionamiento de los aparatos (linternas frontales, cocinas) antes del viaje, sobre todo si son prestados.
  6. Verificar la capacidad de las carpas antes del viaje, no confiarse en recuerdos de usos anteriores sobre todo si éstos fueron en estado etílico.
  7. Llevar siempre algo de abrigo en el bus o avión y hacerle caso a la pareja cuando le hace recordar este punto.

Choquequirao - parte 5

Día 4 (3/26/2005) - "Cachora!"

El día final no empezó como habíamos planeado (emprender el camino de regreso a las 5 am) por culpa de la tormenta. Nos levantamos cerca de las 5, sólo quedábamos nosotros en el campamento. Empezamos a alistar las cosas y tomamos té, ya que no había ánimos ni tiempo para desayunar.

Sandra partió en el caballo. Luego partimos Alvaro y yo a pie (con una de las radios), cuando la alcanzamos empezamos a turnarnos el caballo, 10 minutos cada uno. Mis minutos a pie se hacían una eternidad por el dolor que tenía en la rodilla derecha y en la ingle izquierda. Luego de un rato nos pasaron César y Clímaco con las mulas (nuestro caballo no podía ser más lento) y Sandra decidió seguirlos. Al poco rato escuchamos un "Buenos días!" a nuestras espaldas y no podíamos creer lo que estábamos viendo, Carlos y Kike nos habían alcanzado y es más, nos pasaron. La subida era lenta por el cansancio, el dolor y la velocidad del caballo. César me indicaba por radio los sitios claves por los que iba pasando para calcular la distancia entre él y nosotros. Cuando el sol empezó a cubrir la montaña por la que caminábamos me advirtió del peligro de deslizamientos. Luego me avisó que un arriero estaba bajando con caballos para que aprovechemos todos en alquilar uno. Cuando nos encontramos con el arriero nos dimos con la sorpresa de que Carlos y Kike no habían alquilado ningún caballo. Nosotros sí alquilamos uno (para Alvaro, yo estaba en el lenteja) y vino con yapa, porque el arriero también llevaba una mula ensillada. Cuando alcanzamos a Carlos y Kike se animaron a alquilar la mula para turnársela. En el camino nos encontramos con Sandra, quien se animó a montar al caballo lenteja. Así llegamos al abra de Capuliyoc, en donde nos esperaba César. Ahí descansamos, algunos tomaron gaseosa y nos tomamos fotos.


Finalmente emprendimos el camino a Cachora. César iba adelante, como siempre, con Clímaco y las mulas. Lo seguía yo a caballo, Carlos en mula, Alvaro en el lenteja un rato, luego se subió Sandra, Kike caminando. El camino era más largo de lo que recordábamos, en partes el paisaje era tan constante que el sueño nos ganaba. Los caballos se acercaban a las ramas de los arbustos para comer hojas sin tomar en consideración a sus pasajeros y tuve la mala suerte de rasparme las orejas con las ramas. Carlos y yo llegamos primero a Cachora y fuimos a la plaza de armas. César no estaba ahí, supusimos que estaba en la casa de Milner Supermán (jaja), donde había acordado ir con Clímaco para dejar las mochilas. Esperamos a los demás, cuando llegaron nos comunicamos por radio con Clímaco (porque César se estaba duchando), quien nos dijo que efectivamente estaban en casa de Milner. Carlos y yo fuimos a pagarle al arriero, quien nos informó que había station wagons que iban de Abancay a Cachora cada cierto tiempo y cobraban 6 soles por cabeza (es decir, a la ida nos habían visto la cara porque nos cobraron 10 por cabeza). Lamentablemente no veíamos ningún carro, así que decidimos seguir el plan B, ir a almorzar al mismo restaurante donde almorzamos el primer día, mientras esperábamos por el transporte. Alvaro estaba con la presión en el suelo, el soroche se le vino encima mezclado con el cansancio extremo y no quiso comer, sólo tomo yogurt. Conseguimos un taxi que nos cobró 50 soles en total. Fue a la casa de Milner, el taxista acomodó las mochilas en la parrilla y emprendimos el camino de regreso a Abancay, completamente exhaustos y sucios. Algunos dormimos en el camino, recuerdo que entre sueños veía el camino y oía una conversación acerca de fútbol (y pensándolo bien no sé si eso fue lo que me dio sueño). Las mochilas regresaron llenas de comida sobrante (un escenario ya demasiado familiar para Alvaro y para mí).


Al llegar al terminal de Abancay lo primero que hicimos fue ir al baño. Las malas noticias no se hicieron esperar: no había pasajes para Lima. César y Sandra, los únicos que tenían que estar sí o sí de vuelta en sus trabajos al día siguiente, consiguieron un pasaje en un bus y decidieron turnarse el sitio. Se fueron y nosotros nos quedamos en la sala del terminal, preguntando cada cierto tiempo si se desocupaban asientos en los counters de las empresas de transporte más confiables. Kike y Carlos salieron a buscar comida, Alvaro y yo comimos pan con queso, keke, néctar y cosas por el estilo que compramos en los puestos del terminal, ya que en los alrededores no había ningún lugar donde pudiéramos comer algo (entiéndase un sandwich y café para mí y un helado para Alvaro, que eran los antojos del momento). Un tiempo después conseguimos asientos, Carlos y Kike en la empresa Flores y Alvaro y yo en Civa. Nos sentamos a ver televisión mientras esperábamos que lleguen los buses.

El regreso para Carlos y Kike transcurrió normalmente. Para nosotros no tanto. El bus que tomamos venía de Cusco y los pasajeros ya habían comido, así que no nos dieron cena. Pero eso fue lo de menos. Era de noche y el aire acondicionado estaba demasiado frío. Yo tenía puesto un pantalón delgado y una casaca polar, pero el terco de Alvaro no quiso ponerse casaca. Casi muere de hipotermia, aún cuando fue abrazándome todo el camino para robarme un poco de calor. Cuando se hizo de día y estábamos ya en la costa se acabó el frío y Alvaro pudo dormir mientras pasaban La Era del Hielo (irónico, no?). Llegamos a Lima casi sanos y salvos, Alvaro sin sensibilidad en los dedos gordos de los pies que estaban completamente morados, y yo con un dolor en la rodilla y la ingle que no me dejó entrenar bien un par de semanas.

Choquequirao - parte 4

Día 3 (3/25/2005) - "Incas de mierda"


Cuando nos despertamos seguía lloviendo pero igual emprendimos el camino a las ruinas. No tomamos el verdadero camino, sino el que César había descubierto el día anterior, un camino empinado, estrecho, lleno de lodo y plantas a ambos lados. Al llegar a las ruinas - entre frases como "Incas de mierda" y "Quién dijo que no había que traer agua?" - vimos que había mucha neblina, pero pudimos visitar los 2 sectores.

Había un guía hablando pero estaba un poco desinformado. Las construcciones, como todas las de la época, se caracterizan por el uso de andenes, puertas trapezoidales y techos inclinados (ya todos sin paja). Kike y Carlos, realmente desesperados por la falta de líquido, tomaron medidas extremas de supervivencia y bebieron lluvia de las plantas y de algunas piedras. Luego salió el sol, tomamos varias fotos y registramos el paisaje en video. Emprendimos el regreso, esta vez por el camino correcto, mucho más fácil pero igual lleno de barro (Hitec Waterproof rules).

Al llegar al campamento alistamos todo para empezar el camino de regreso. Nuevamente separados en grupos (César adelante con Clímaco y las mulas, luego Sandra, luego Alvaro y yo, luego Carlos y Kike) recorrimos el camino hacia Marampata, donde algunos comimos un plato super proteico de nuestra sierra: tarwi con arroz (Carlos y Kike con repeticua) y tomamos gaseosas. Luego iniciamos el descenso hacia Santa Rosa, en donde César y Sandra habían tenido tiempo para remojar los pies un buen rato. Alvaro tuvo la mala suerte de encontrar su base de aprovisionamiento (el kiosko de gaseosas) cerrada.

De ahí seguimos bajando hasta el puente que cruza el Apurímac y llegamos a Playa Rosalina, donde nos esperaban César y Sandra. Fue el momento propicio para unas fotos grupales.

César y Sandra partieron primero hacia Chiquisca, Alvaro y yo descansamos un poco más antes de empezar a subir. En el camino, además del dolor, nos agarró la noche. Llegamos al campamento a las 7:30 pm, nos esperaban un plato espectacular de spaghetti al pomodoro (léase tallarines buenazos con salsa de tomate natural) que había preparado una lugareña, además de té y mate de coca. César se comunicó con Carlos y Kike, quienes no habían llegado aún a Playa Rosalina. Ambos estaban mal de las rodillas y era de noche, así que Clímaco salió al rescate, con sus mulas ensilladas. Al llegar los rescatados quisieron comer los tallarines power de la señora pero se habían acabado, así que le pidieron que cocine un paquete de tallarines con tuco de nuestra provisión y se comieron la olla entera. Conversamos con Pascual, un señor que vive en Chiquisca, para que nos alquile el único caballo que le quedaba libre, el cual tenía una montura improvisada. El caballo nos lo íbamos a turnar Sandra, Alvaro y yo para llegar temprano a Cachora. Kike y Carlos no tenían apuro, así que saldrían más tarde y se tomarían su tiempo en llegar. Alvaro y yo nos duchamos (en un "baño" hecho de cañas, nada que ver con la de Choquequirao), preparamos el Gatorade que quedaba (sólo medio litro por persona) y luego todos nos preparamos para dormir.

Cuando pregunté "Lloverá hoy?" Kike me dijo que no. Menos mal que Alvaro y yo no le hicimos caso a nuestra ocurrencia de dormir afuera. Ya había agarrado sueño profundo por primera vez desde que llegamos, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba lloviendo, cuando César nos despertó y nos dijo con su característico dramatismo que saliéramos del lobby porque se iba a inundar en cualquier momento. Nos levantamos y entramos a la carpa, metimos todo lo que había en el lobby (sleepings, colchonetas, zapatos, canguros, botellas, bastones) mientras veíamos el reflejo de los relámpagos y escuchábamos los truenos y la lluvia que cada vez golpeaba la carpa con más fuerza. El campamento de Chiquisca está ligeramente inclinado, de modo que se podía escuchar el agua correr fuera de la carpa. César recordó que la ropa de Kike estaban sobre la carpa y que la hebilla de su pantalón podía atraer un rayo, pero felizmente Kike había metido su ropa antes de dormir. También recordó que la gente de Montañistas 4.0 planeaba caminar en la noche y madrugada y que seguramente la tormenta los había agarrado en el camino, pero no pudo comunicarse por radio con ellos. La gente de las otras carpas empezó a empacar sus cosas, mientras que nosotros nos acomodábamos para dormir sentados, apoyados en nuestras mochilas. La tormenta duró menos de una hora pero no nos dejó dormir, sobre todo por la incomodidad.

Choquequirao - parte 3

Día 2 (3/24/2005) - "El team se separa"

En el segundo día, todavía a oscuras, Kike se encargó de preparar Gatorade mientras desayunábamos pan con paté o mermelada y leche.

Clímaco acomodó las mochilas en las mulas y partimos, separados en los 2 grupos del día anterior. El primer tramo era una bajada corta hasta Playa Rosalina.

Luego cruzamos el puente sobre el río Apurímac e iniciamos la subida. Kike estaba mal de la rodilla así que se empezó a retrasar. En un momento decidimos partir nuestro grupo en 2, adelante íbamos Sandra, Alvaro y yo, atrás Kike y Carlos con la otra radio. La pendiente era pronunciada, por lo que teníamos que hacer descansos frecuentes.


La primera parada larga fue en Santa Rosa, donde pudimos comprar gaseosa y agua. Kike y Carlos llegaron después y tomaron una siestita (como si tuvieran tiempo de sobra). Luego de unas horas más llegamos a Marampata, un lugar mostro donde había provisiones (Sandra y yo comimos choclo, Alvaro tomó gaseosas) y descansamos durante 2 horas y 10 minutos, mientras esperábamos que llegaran Carlos y Kike. Ellos se quedaron ahí a comer quinua con arroz y tomar otra siestita (otra!), mientras que nosotros partimos a Choquequirao.


El camino era un poco más suave, llegamos a las 5 y pico de la tarde. César había llegado antes de la 1, luego de ducharse subió a las ruinas con la señora Juana de Montañistas 4.0. Nosotros decidimos subir al día siguiente para que no nos gane la noche, Sandra y yo aprovechamos para ducharnos en los baños del campamento, a los cuales lo único que les faltaba era focos para ser perfectos (eso para quien le gusta bañarse con agua heladita de manantial). Lo de los focos en realidad le quitarían lo aventurero y rústico al asunto pero tuve la mala suerte de que se cayera mi frontal y se abriera la tapa, de modo que estuve un buen rato buscando las pilas a ciegas mientras la temperatura descendía y la noche se hacía más oscura.

Carlos y Kike llegaron al campamento a las 7 y pico de la noche. Después de descansar un poco llegó la hora de la cena. Habíamos planeado tomar la crema de habas que nos daría energía y calor (hacía bastante frío) pero la fuga de gas de la cocina hizo que el segundo balón saliera disparado y nos lleváramos un buen susto combinado con desilusión. Nos quedaba un balón, César y el cocinero de otro grupo lograron colocarlo en la cocina pero se fugó todo el gas. Mientras maldecíamos a la cocina y a su dueño (el sr. Martín García) comimos lo que se pudo (atún, pan, galletas) y nos acomodamos para dormir, Alvaro y yo en el "lobby" de la carpa (lugar cubierto por el techo de la misma, donde normalmente dejábamos las mochilas y zapatos) para evitar la claustrofobia y los demás compartiendo el espacio interior con las mochilas. Alvaro se sintió mal del estómago (primer indicio de soroche). Esa noche llovió.

Choquequirao - parte 2

Día 1 (3/23/2005) - "La partida... sí se puede"

El día de la partida habíamos tomado las previsiones necesarias para llegar a tiempo al terminal del bus que nos llevaría a Abancay: Carlos y yo habíamos pedido permiso para salir a las 5 pm de la oficina, Kike y César habían ido a trabajar con ropa y mochilas de trekking para salir a las 6:30 pm en punto y llegar a la agencia antes de las 7 pm (ETD). Carlos, Sandra, Alvaro y yo llegamos tarde al terminal de la empresa Wari, pero gracias a la "hora peruana" el bus no había ni llegado. Kike y César recién estaban saliendo de la oficina así que decidieron interceptar al bus en la agencia de Circunvalación.

Luego de más de 15 horas de viaje lleno de curvas (era todo un reto ir al baño con tanto movimiento y la única vez que fui terminé totalmente mareada), con buena comida (pregúntenle a Carlos que se comió 2 platos) pero sin bebidas, con una terramoza que derrochaba sutileza ("por favor si van a vomitar no tiren la bolsa en el piso") y un pequeño accidente (la carpa que iba en el compartimiento de equipaje le cayó a Kike encima durante una curva y tuvo que viajar en sus piernas) llegamos a Abancay.

En el terminal nos encontramos con un grupo de Montañistas 4.0 que iba a Choquequirao y que tenía contratada una combi para llegar a Cachora, nos ofrecieron ir con ellos, pero nosotros decidimos conseguirnos un taxi. Entramos los 6 con nuestras mochilas y emprendimos el viaje de 2 horas (el doble de lo que habíamos calculado). Kike olvidó su casaca impermeable en el taxi y fue corriendo para tratar de alcanzar al conductor (quien en varias oportunidades le había dicho "papi" en un intento por seducirlo para que olvide su casaca) pero no lo logró.


Fuimos a almorzar un menú power de 2 soles cincuenta (sopa de fideos, estofado de pollo y mate) mientras replantéabamos el itinerario y el uso de mulas debido al retraso causado por las demoras en el viaje. Decidimos contratar 2 mulas y un arriero para cargar nuestras mochilas (nos dimos cuenta de que cargándolas no podríamos hacer el recorrido en el tiempo que teníamos). Kike preparó Gatorade para el camino. El arriero llamado Clímaco (personaje importantísimo durante el trekking) nos informó que no podríamos llegar a Santa Rosa en el primer día, sino sólo a Chiquisca. El segundo día tendríamos que recorrer el camino desde Chiquisca a Choquequirao, es decir bajar hasta Playa Rosalina, cruzar el río Apurímac, subir hasta Santa Rosa, luego a Marampata y finalmente llegar a las ruinas.

Emprendimos la caminata separados en 2 grupos: en el primero iban Clímaco con las 2 mulas y César, en el segundo íbamos Carlos, Kike, Sandra, Alvaro y yo. Cada grupo tenía una radio para mantenernos comunicados. Nos siguió durante unos minutos un personaje que no sabemos si era la reencarnación de Odría o un mix entre Alex y Marco que se hizo presente para vigilar nuestra partida. El primer tramo, de Cachora a Capuliyoc, lo hicimos en buen tiempo, gracias a que el camino era casi plano. Nos dimos cuenta de la importancia del Gatorade y nos lamentamos de no haber comprado más (sólo 3 frascos de polvo que rinde 8 litros cada uno).



El tramo de Capuliyoc a Chiquisca era una bajada pronunciada, las rodillas, tobillos y pies empezaron a sufrir (yo sufro de tendinitis en las rodillas, Alvaro no tenía zapatos de trekking) y nos agarró la noche, todo eso hizo que el segundo grupo se demorara bastante en llegar al campamento, menos mal Clímaco y César se habían encargado de armar la carpa. Hicimos parte del camino a oscuras y comprobamos que no hay nada como una buena linterna frontal, no una que sólo sirva de vincha como la de Kike. Encendimos la cocina y a pesar de una fuga de gas y del cansancio pude preparar crema de choclo y tallarines con tuco. Nadie se bañó la primera noche, pero algunos se refrescaron (más bien se dieron un verdadero baño de esponja) con Huggies. A la hora de acostarnos nos dimos cuenta de que la carpa era más chica de lo que pensábamos. A Alvaro y a mí nos agarró la claustrofobia y salimos de la carpa a las 4 de la mañana.

Choquequirao - parte 1

Hace casi un año emprendí junto a 5 amigos uno de los viajes más alucinantes de mi vida: la ruta a Choquequirao. Choquequirao es el nombre que reciben unas ruinas incas que constituyen el último lugar de resistencia frente a los españoles. Son mucho menos conocidas que Machu Picchu y el área que se ha descubierto es relativamente poca, lo cual quiere decir que aún no se ha convertido en una ruta comercial y a pesar de tener caminos y campamentos bien definidos, aún mantiene vivo el factor aventura. La ruta comienza en Cachora, un caserío cercano a la ciudad de Abancay en el departamento de Apurímac y termina en las ruinas, en el departamento del Cusco.

He aquí mi relato de lo que está aún fresquito en mi memoria:

Las previas

El trekking se decidió con casi un mes de anticipación. El team inicial estaba conformado por gente de UPC y/o TSS: César Lozano, Carlos Zapata, Enrique Bassallo, Alex Vidaurre, Marco Granados, Alvaro Pérez (mi novio), Sandra (amiga de Carlos) y yo. Los contratiempos no se hicieron esperar. Luego de algunas averiguaciones, el presupuesto inicial se disparó. Además nos dijeron que la ruta no era tan fácil como parecía y que era imposible hacerla en los 4 días que teníamos disponibles. Aún así, siendo optimistas (en realidad ilusos), decidimos que iríamos con una mula para las mochilas de los alimentos y cada uno con su mochila de trekking, que acamparíamos el primer día en Santa Rosa, el segundo en Choquequirao, el tercero ya de regreso en Playa Rosalina y el cuarto llegar a Cachora, el punto de partida. El grupo se fue reduciendo, primero desertó Alex, luego Sandra y luego Marco. Finalmente Sandra volvió a animarse y quedó armado el grupo de 6.

Faltando 2 días para la salida no había pasajes, víveres, botiquín, Micropur, carpa ni cocina. Fuimos a Tottus y nos abastecimos de comida en exceso: fideos, atún, tuco, barras energéticas (las de fábrica, las naturales y unas horribles de kiwicha con chocolate que parecían de tecnopor), Snickers, gelatina, Gatorade, crema de choclo y de habas, paté, mermelada, caramelos de limón, harina, mantequilla, leche en polvo, sal y nuez moscada. Yo estaba encargada de la cocina y mi plan era alternar fideos con tuco y fideos con bechamel y atún, además de las cremas para la noche. Conseguimos carpa prestada, cocina prestada, Carlos se encargó de comprar los pasajes y Alvaro del Micropur. Todo estaba listo.

Wednesday, March 01, 2006

Acerca de la sandía con sal y la palta con azúcar

Ayer en la noche estaba preparando mi ensalada de frutas para el día siguiente y como tenía un poco de hambre corté una tajada de sandía y la comí. Con sal, por supuesto. Hasta ahora no he conocido a la persona que no me mire con cara de susto y me diga "en mi casa también la comemos así", y tampoco a la que se atreva a probar. Sin embargo, para mí es lo más común del mundo, así la comía mi abuelita y así aprendí a comerla en la casa de mis tías. Menos exótica es la combinación de palta triturada con azúcar que se convertía en el relleno perfecto del pan del desayuno o la lonchera, sé de otras personas que la han probado y de otras que he convencido de probar. Lo gracioso es que recién a los 16 años supe que en casi todas las demás casas se come el pan con palta y sal. Me pareció lo más raro del mundo (aunque no tanto como el palta sour que sé que preparan en Chile). En fin, me atrevería a decir que en cada casa del mundo hay uno o más platos o combinaciones trademark. En mi casa (léase mi casa + la de mi tía que queda al lado y donde desayuné y almorcé durante todo el colegio y parte de la universidad) estas combinaciones incluyen la sandía con sal, la palta con azúcar, la torta de galletas y las torrejitas de coliflor con salsa de soya y mostaza*. Cosas que no he comido en ningún otro lugar y que cuando pienso en ellas (o las vuelvo a comer) me transportan inmediatamente a mi niñez.

* Dejo de lado el nigagori (balsamina) porque nunca pude comerlo, aparentemente el amargo es el único sabor que mi lengua se resiste a aceptar.