Wednesday, March 08, 2006

Un hotel, su cocina y su ascensor

Sábado 4 de marzo, 12 del mediodía. Nos reunimos en la puerta de la escuela, como estaba estipulado en el papel pegado en el salón, el mismo papel que decía que teníamos una visita al hotel Miraflores Park Plaza. Partimos en un taxi Pilar, Miriam, Edward, Alfredo y yo. Nos íbamos a encontrar con el resto en el hotel. Llegamos al Miraflores Park Hotel (nótese la diferencia con el nombre publicado en el aviso) y al ver que no había nadie más en la puerta (ni siquiera la profesora) dudamos de que fuera el lugar correcto. Llamé a Marta y me dijo que era por la cuadra 12 de Pardo. Estábamos en Armendáriz, así que decidimos tomar otro taxi rumbo a Pardo. El chofer tampoco sabía a dónde dirigirse, así que en el camino preguntamos a un policía de turismo que nos mandó al desvío. Pagamos, bajamos del taxi y nos acercamos a una camioneta de serenazgo. Nos dijeron que no existía el Park Plaza, sino que teníamos que ir al Park Hotel, el mismo en el que habíamos estado. Marta me lo confirmó por teléfono y me dijo además que se había equivocado: no era la cuadra 12 de Pardo sino de La Paz.

Pilar y Miriam no perdieron tiempo y convencieron al serenazgo y al policía que estaban en la camioneta de que nos jalen al hotel. En el camino el policía nos preguntó tips acerca de la cocción de varios platillos (pescado sudado, estofado de pollo, caldo de gallina, etc.). Llegamos a la puerta de cocina (a espaldas de la puerta principal) del hotel ante las risas de los demás al vernos llegar en ese vehículo. Este fue mi segundo encuentro cercano con el serenazgo de ese distrito, mucho más grato que el primero, allá por el año 2004 cuando me encontraron junto a otros guerreros urbanos tomando trago barato en el malecón.

En fin, luego de las risas y comentarios dejamos nuestros documentos en vigilancia y empezamos el tour con el chef. Todo interesante, aunque muy lejos de lo que esperábamos de la cocina de un 5 estrellas. Visitamos la recepción, la zona de porcionado de carnes y pescados, el almacén auxiliar, el almacén de vajilla de eventos, la cocina de pastas y pastelería, la cocina principal (con un vistazo al patio a la velocidad de la luz porque había comensales) y la cocina de eventos. El broche de oro era la cocina de desayunos, en el piso 11, la cocina más moderna con vista al mar.

Subimos al ascensor Alfredo, Edward, la profesora, Jenny, Miriam, Marta y yo. La puerta se cerró y empezó a sonar una alarma desesperante y se prendió la señal de "acá hay mucha gente". La carga máxima era de 525 kilos, peso que dudo mucho que hayamos alcanzado. Pero lo peor vino cuando intentamos abrir la puerta y no pudimos. En vano presionamos el botón de "abrir" un millón de veces. Nunca me había quedado encerrada en un ascensor, la verdad no me asusté para nada, las luces estaban prendidas, entraba aire por las rendijas y pude comprobar que aún con el ascensor casi lleno mi fobia no se manifiesta cuando estoy en lugares cerrados sino cuando además de eso no puedo moverme o respirar. Pero para Marta la cosa sí fue seria, mientras los demás broméabamos me imagino que para ella los 15 minutos que estuvimos ahí fueron eternos. Finalmente forzaron la puerta desde afuera y pudimos salir con vida aunque se suspendió la visita a la cocina del piso 11.

Todo esta experiencia nos llevó a reflexionar (y al San Antonio, pero esa es otra historia). Para saber si un hotel merece sus estrellas visita su cocina y verifica que los ascensores de personal han recibido mantenimiento. Así de simple. Y si te encanta el queso, las verduras y el pan integral anda al San Antonio y pide un sandwich Del Campo.

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