El reto de escribir una receta
Hace un par de meses mi hermana Gladys, que vive en Australia, me pidió mi receta de panqueques. Es lo primero que aprendí a preparar cuando era chica y - modestia aparte - a todo el mundo le gustan mis panqueques. Pero a pesar de eso y de que soy una fanática de seguir instrucciones, nunca tuve medidas exactas para confeccionarlos. Siempre los hice al feeling y siempre me salieron bien, hasta el día en el que me pidieron la receta. Fui a la cocina y empecé a medir los ingredientes conforme los iba añadiendo a la masa. Calenté la sartén con poquísimo aceite y cociné 4 panqueques (para mí, mi mamá, mi hermana y mi sobrina) para probarlos. Salieron mal, muy pesados. Tuve que ajustar cantidades, cambiar la harina y volver a hacer los benditos panqueques. A la segunda salieron bien y apunté la receta.
Curiosamente, ahora que estoy estudiando y que supuestamente tengo que hacer la mise en place con gramajes exactos, sucede lo contrario. Y ahora que estoy cocinando mi almuerzo diario con las cosas que sé que hay en la casa y las pocas verduras y demás insumos que compro los fines de semana, cada vez invento más y sigo sin apuntar las recetas. Me estoy volviendo en la típica ama de casa, qué horror.
Pero, lógicamente, esto tiene que cambiar. El cheesecake de manzana con gelatina de manzanilla que presenté en el examen final de Pastelería I tiene que quedar como receta de batalla. Igual que el risotto de brócoli y portobello, los spaghettis con salsa de brócoli al vino tinto y el cheesecake de 3 chocolates que presenté con mi grupo en el examen sorpresa "de bienvenida" de Pastelería II. Tantas cosas por cocinar, tan poco tiempo y sobre todo, tan difícil-de-bajar porcentaje de grasa... qué stress.
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