Tuesday, June 29, 2010

Skydiving en Wollongong

El paracaidismo (o skydiving) es una atracción de aventura bastante común en países como Australia o Nueva Zelanda. Por ejemplo, al llegar al aeropuerto de Sydney, uno puede agarrar un librito con información turística que contiene cupones de descuento para ir al zoológico, acuario, la Sydney Tower, hacer skydiving, etc. La gracia, por supuesto, no es barata, por lo cual aún no la había experimentado.

Hace unos meses un amigo del centro budista empezó a averiguar precios para ir en mancha. Estableció una fecha pero no llegó a completar el mínimo de gente, así que el asunto se fue postergando hasta el domingo 20 de junio. Finalmente nos animamos 5 personas del centro (Guy -el organizador-, Neil, Tatiana con su novio Kevin y yo) y un amigo de Guy llamado Andrew. Todos menos Tatiana y Kevin nos encontramos esa mañana en el centro con nuestros choferes y fotógrafos particulares: Oliver y Vicky, quienes quisieron presenciar la aventura pero desde tierra firme.

Partimos a las 10:10 de la mañana con rumbo a Wollongong, una ciudad costeña que queda aproximadamente a una hora al sur de Sydney. Tatiana trabaja en el hospital de Wollongong, así que nos encontramos con ella y Kevin allá. Llegamos a las 11:30 (la hora que nos habían indicado al hacer la reserva) y llenamos los formularios de rigor. Había bastante gente ese día, lo cual era una buena señal de que se trataba de una empresa seria. O que tenían buenas ofertas.

Skydive



Los minutos pasaban y la expectativa crecía, junto con el hambre. Finalmente nos llamaron a la oficina para pesarnos y pagar el saldo. El peso es importante por dos motivos: primero para asignarle a cada persona el instructor (o instructoraa) apropiado y segundo para cobrar extra si el cliente excede los 95 kilos. El castigo es aún mayor si se exceden los 110 kilos. Kevin tuvo que pagar sobrepeso y, como buen escocés, no estuvo muy contento con ello, a pesar de que Guy nos había advertido con anticipación. Hubo un pequeño inconveniente con el monto a pagar, querían cobrarnos el precio "normal" de $289 por persona, pero Guy había negociado para que nos cobren $275, finalmente hablaron con la vendedora en cuestión y se resolvió el asunto. Yo fui la única en pedir el paquete de fotos por la exhorbitante suma de $115 ($145 si quería además el video), los demás se contentaron con las fotos tomadas desde tierra. Sabía que es un robo, pero era la única forma de tener fotos de todo el proceso.

Después de pagar tuvimos que esperar a que otro grupo salte. Creo que era más de la una de la tarde cuando nos llamaron para ponernos la indumentaria para saltar, consistente en un pantalón con broches, un sweatshirt polar, un chaleco salvavidas y el arnés. Me puse un pantalón talla M que resultó muy corto y un sweatshirt talla L que resultó muy grande pero supuse que nada de eso importaría al momento de saltar.

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El personal "de tierra" nos ajustó los arneses y nos dio una explicación de las posiciones para saltar y aterrizar.

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Luego llegaron los instructores y cada uno se presentó con el cliente asignado. A mí me tocó la única instructora del grupo, Jules. Todos subimos a un minibus (coaster o "custer", en peruano) y partimos al aeropuerto. Me llamó la atención ver a un instructor tomando leche con sabor y otro tomando Red Bull ¡justo antes de saltar! Luego de 10 o 15 minutos llegamos a nuestro destino y nos acomodamos en el avión, cada quien delante de su instructor.

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Las fotos que pedí fueron realmente tomadas con una cámara de video y de hecho Jules me fue "entrevistando" durante todo el camino por si me animaba a comprar el paquete completo. Por supuesto que yo no había previsto esto y mi desempeño frente a la cámara fue malísimo, así que seguí firme en mi decisión de pagar sólo por las fotos.

El vuelo fue bastante corto y, felizmente, nada nuevo para mí (ya he volado varias veces en este tipo de aviones como pasajera de Alvaro). Faltando cinco minutos para llegar a la altitud del salto nos pusimos los googles y nuestros instructores ajustaron los seguros que nos ataban a ellos. Cuando llegó la hora del salto no hubo tiempo para pensarlo. La "puerta" del avión (un plástico transparente que se desliza hacia arriba) se abrió junto a Kevin, la desafortunada primera víctima. El aire helado entró al avión y fue el único momento en el que sentí un poco de miedo, que creo que era más al congelamiento que al salto. Yo fui la segunda en saltar y, contrariamente a lo que siempre pensé, estar al borde del avión no da miedo ni vértigo. Se siente como estar al borde de una gran piscina. Las instrucciones eran tirar la cabeza hacia atrás, no sé si para evitar algún tipo de daño físico o para no espantarse con la vista. Sea como fuere, dejarse caer de un avión con una persona experimentada en la espalda es mucho más fácil que subir a un puente y saltar.

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Unos cuantos segundos después de saltar cogiendo unas argollas en el arnés, la instructora tocó mi hombro para que abra los brazos. Las instrucciones en tierra fueron que en ese momento se podía gritar si se quería, lo cual era imposible. El aire frío que entra por la boca y nariz seca todas las mucosas. La caída libre dura de 45 a 60 segundos, durante los cuales, como ya lo he experimentado las veces que he hecho puenting, no se piensa en nada. Sólo se observa lo que hay alrededor. A esa velocidad el viento te estira la cara con una fuerza impresionante, como se suele ver en las películas.

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Después de la caída libre se abrió el paracaídas, lo cual frenó el descenso y me permitió relajarme apreciando los colores espectaculares de las playas de Wollongong en ese día super soleado.

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Jules me dio el mando del paracaídas y me enseñó a dirigirlo.

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Permanecimos en el aire unos segundos más que los demás gracias a que juntas pesábamos menos que los demás combos instructor/cliente. Para aterrizar levanté las rodillas, jalándolas contra mi pecho como me habían indicado y caí suavemente sobre mi trasero. Gracias a que el viento no estaba demasiado fuerte, aterrizamos en el parque de donde partimos con el minibus.

Una vez despojados de los paracaídas y arneses intercambiamos experiencias, comimos salchichas con pan de molde (de cortesía) y fuimos a un restaurante cercano para almorzar y tomar unas cervezas.

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Después de almuerzo regresamos a la oficina para recoger mi CD con fotos. Guy, Andrew y Oliver partieron a Sydney en el carro de Oliver. En el carro de Vicky fuimos Tatiana, Kevin, Neil y yo, dejamos en el camino a Tatiana y Kevin y partimos también a Sydney, de vuelta a la vida diaria.

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