Wednesday, May 02, 2007

Markahuasi (toma 2)

Hace 12 años tuve la oportunidad de conocer Markahuasi por primera vez. En Cultura Peruana (el nombre ficho del curso Historia del Perú) había la opción de hacer un trabajo de campo en San Pedro de Casta con trepada opcional a Markahuasi o leer un libro y hacer un resumen. Yo, que por entonces no había descubierto mi espíritu aventurero, leí el libro.

En el 2003 hice mi primer trekking y coincidentemente fue la ruta de San Pedro a Markahuasi (ver post). Este año se presentó la oportunidad de ir de nuevo, esta vez con mi esposo quien no conocía el lugar, así que tomé un día prestado de mis futuras vacaciones y me dispuse a revisitar el lugar. El de la idea fue Rodrigo Morey de la sangha budista, quien ya tenía fama de hacer rutas difíciles y largas. Convocamos a la gente pero nadie más se apuntó (muchos porque sí trabajaron el lunes 30). Eramos Rodrigo, Vanessa, Alvaro y yo, quienes provistos de nuestras mochilas trekkeras partimos el domingo a las 7 am en el carro de Vanessa rumbo a Chosica. Dejamos el carro en el Remanso y tomamos la coaster a San Pedro de Casta. La coaster se llenó con gente que iba a trekkear como nosotros, otros que pensaban bajarse en el camino y otros que subieron sus bicicletas a la parrilla para hacer la ruta sobre ruedas. En el camino hicimos la clásica parada en Huinco para estirar las piernas, comer algo y/o ir al baño.

Cuando pasamos por el puente Autisha vimos a Freddy Zea, el artífice del puenting, junto a un grupo bien grande de saltadores. Ahí se bajaron un pata y varias chicas que iban a dar el alcance a sus amigos. Una hora y media después llegamos a nuestro destino: el pueblo de San Pedro de Casta, al que encontré igual a como lo recordaba. La encargada de turismo nos empadronó y cobró la tarifa respectiva. Después de un rato de descanso y aclimatamiento empezamos la subida. Alvaro y yo íbamos atrás debido a mi lentitud a pesar del esfuerzo por tratar de ir al paso de Rodrigo. Acá cabe hacer un paréntesis para clasificar a Rodrigo en el mismo grupo de César Lozano y Julio Suazo, esos que caminan a paso de arriero y a quienes les encanta inventar caminos, a quienes la naturaleza ha favorecido con un organismo capaz de captar oxígeno a cualquier altitud y una resistencia al cansancio que no te da ni la coca.

Cuando llegamos al cartelito que indica las rutas nuestro guía sufrió su primera patinada y nos llevó por un camino que no iba a ningún sitio. A los pocos minutos encontramos a una pareja de lugareños que nos avisaron de eso y volvimos al cartelito para ir por la ruta correcta. Después llegamos a la verdadera bifurcación en la que hay ahora un mirador con una banca de cemento. Ahí nos sentamos a almorzar algo rápido y descansar un poco.


Treinta minutos después retomamos el camino. En un punto la pendiente aumentó y el peso de las mochilas ya empezaba a hacerse insoportable. Menos mal este tramo no duró mucho y pronto nos encontramos en la cima de una ruta que no nos llevaba a ningún lado. Rodrigo tanteó un poco para encontrar un camino aparente que nos llevó finalmente a la fortaleza. Empezaba a oscurecer y por partes los cerros y nubes se veían de un color rojo intenso. Alucinante.

En la fortaleza habían sólo dos carpas ya que, como era de imaginarse, el resto de la gente estaba acampando en el anfiteatro. Cruzamos un cerco de piedras y llegamos a "la casa" de dos habitaciones con patio, todo de piedra. Las "habitaciones", especie de cuevas, se veían cálidas pero claustrofóbicas. Vanessa prefirió armar su carpa afuera de la casa y nosotros en el patio, bajo techo. Se hizo de noche mientras nos acomodábamos así que cuando terminamos de hacerlo y nos abrigamos un poco más, cocinamos nuestra cena. Luego de comer, mientras lavaba los platos Alvaro me avisó que había un ratón en nuestra carpa. Lógicamente, como toda cueva, la casa no estaba exenta de bichos de todo tipo. Y de todos los bichos tenía que ser un ratón el usurpador. Le pedí a Alvaro que moviera la carpa afuera, al lado de la otra y lejos de los ratones.

Alvaro y yo nos acostamos temprano, Rodrigo y Vanessa fueron a caminar un rato aprovechando que la luna estaba llena y alumbraba a pesar de estar tapada de nubes. Dormir fue difícil, en parte por el frío (en mi caso), en parte por el dolor de cabeza producido por la altura. Alvaro fue el más afectado por el dolor de cabeza, a lo que se sumó el dolor en la rodilla derecha por el esfuerzo. En la mañana nos despertó la alarma del celular y nos encontramos nuevamente con el sol que nos había acompañado durante la subida. Tomamos desayuno y desarmamos el campamento para cargar con todo nuevamente. El plan era atravesar la meseta para llegar al monumento a la humanidad y descender por el camino corto.


Ya con las mochilas en la espalda empezamos a caminar por las subidas y bajadas de la meseta. Pasamos por varias lagunas y visitamos la famosa cueva en la que vivió un pata que conoce Rodrigo durante dos años. Al costado de la cueva hay otra que en realidad es una especie de túnel. En la salida está "el balcón", una piedra plana horizontal en donde uno se puede sentar a apreciar la cordillera al otro lado del abismo y el sunset si se está en la hora y época del año apropiadas. Estuvimos un rato ahí y retomamos el camino de regreso. Otra vez estuvimos probando suerte con los caminos y logramos llegar a pocos metros del monumento a la humanidad. Ahí paramos de nuevo a descansar y comer algo.


De ahí todo fue el camino de bajada que Rodrigo y Vanessa hicieron un poco más rápido para guardar sitio en la coaster de regreso. Llegamos a San Pedro diez minutos después que ellos y los encontramos esperando la movilidad, que aún no llegaba, junto con otras personas que también querían regresar. Comimos algo rápido y llegó una combi con gente que se bajó ahí. Había espacio, así que decidimos asegurar el regreso y pagar los 5 soles extra por persona en lugar de esperar a la coaster. La combi estaba bastante destartalada pero llegamos a nuestro destino sanos y salvos. En el camino vimos a la coaster de las 2 pm, estaba malograda y los pasajeros no sabían qué hacer. Más adelante hicimos la clásica parada en Huinco y de ahí fuimos de frente hasta Chosica. Tomamos un taxi al Remanso y recogimos el carro que nos llevó una vez más a nuestra rutina citadina.

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