Sunday, May 09, 2010

Viaje a Lima (17 Abril 2010)

Llegó el primer fin de semana, el cual había reservado para pasarlo con mi familia, ya que el siguiente lo pasaría en un retiro de meditación. Me levanté relativamente temprano, fui al gimnasio y luego a la casa de mis tías (al costadito de la de mis papas), me preparé un jugo de papaya con plátano de la isla (para congraciarme con mi estómago) y les robé medio pan integral con mantequilla y aceitunas. Años atrás tal sandwich me habría parecido una atrocidad, dado que antes odiaba las aceitunas con pasión, pero ahora me parece una delicia. Sobre todo considerando que prefiero el sabor de las aceitunas peruanas (negras y verdes) al de las griegas y españolas que venden acá.

Después del desayuno preparé la crema volteada para el almuerzo del día siguiente y la metí en el horno. Luego llegaron Aníbal, Ale y Gloria y estuvimos conversando mientras esperábamos que el postre estuviera listo. Un poco después de las 2 de la tarde, ya muertos de hambre, partimos a La Pescadería. El local está situado en una zona no comercial de La Perla, un distrito totalmente alejado de las rutas gastronómicas típicas limeñas y no muy seguro. Si no fuera por un letrero en la esquina y los vigilantes del estacionamiento en la puerta del garage sería casi imposible encontrar el restaurante. Una vez dentro todo cambia, las mesas y el ambiente son los que comúnmente se encuentran en una cebichería "ficha", con barra de sushi incluida. Luego de ubicarnos en una mesa bajo techo para tratar de huir del aire frío y húmedo del Callao, revisamos el menú. Primero escogimos un piqueo: el maki montado (pescado furay, palta y queso Philadelphia, bañado en salsa huancaína) y las bebidas (yo tomé una chelita, por supuesto). Antes del piqueo llegó la cortesía de la casa: un chilcanito de pescado (con ají panca) con limón y ají, perfecto para calentarse un poco.

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Luego empezó el dilema de los platos de fondo, todo se me antojaba, hasta que que vi algo que mis ojos no podían creer, algo que se me había antojado hace siglos y que así nomás es difícil de encontrar en un restaurante: cau cau de choros. Este venía con chorizo, detalle que encontré innecesario pero que no desmejoró el sabor del segundo, el cual llegó humeante en un enorme plato hondo de barro alrededor de arroz blanco moldeado. El chorizo anunciado en la carta era en realidad salchicha de Huacho pero, como dije antes, lo que me importaba era el cau cau de choros. Estuvo espectacular.

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Ale pidió un cebiche de corvina sin ají, Gloria una jalea de calamar en salsa de tumbo (que no le gustó porque no le gustan los platos dulces, pero a mí me pareció rica e interesante) y Aníbal un mako en guiso de frejoles y salchicha de Huacho, servido en un plato igual al mío y similarmente sabroso. Hace tiempo que quería ir a La Pescadería y la calidad de la comida estuvo a la altura de mis expectativas. Sin embargo, un par de cosas pusieron en manifiesto la falta de atención en los detalles: mi tenedor estaba sucio (lo cambiaron al toque) y al tratar de pagar con tarjeta el mozo avisó (recién) que no tenían sistema.

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Luego subimos al carro para dejar a Ale en la casa. Aníbal y Gloria tenían espacio para postre y pensaron que sería buena idea ir a La Punta a buscar uno. No sé por cuál calle nos metimos pero nos dio miedo y decidimos cancelar el plan. Dejamos a Ale y salimos nuevamente, esta vez con dirección al centro de Lima. Estacionamos el carro en el nuevo centro comercial que está en el Centro Cívico (¿Real Plaza?), fuimos al Museo de Arte a ver si estaba abierta la exposición de Mario Testino (no estaba), regresamos al centro comercial y dimos una vuelta por las tiendas. Queríamos ir al Bolívar para tomar un pisco sour, intentamos ir en taxi pero no conseguíamos, luego sacamos el carro pero no había playa de estacionamiento, volvimos a dejar el carro en el centro comercial y tomamos un taxi. Después de esa larga odisea nos sentamos en los cómodos sillones del viejo hotel y pedimos pisco sour (Aníbal y yo) y algarrobina (Gloria). Para picar pedimos bolitas de yuca rellenas de queso con salsa huancaína. La antigüedad del lugar y los mozos nos hizo recordar nuestra desafortunada visita al Cordano, pero felizmente ésta fue otra historia. Los tragos estaban ricos, al igual que las bolitas de yuca (tuvimos que pedir un plato más porque volaron). La salsa estaba aguada pero rica.

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Aníbal quiso tomar otro pisco sour en el bar que está en la parte baja del Bolívar, pero entramos y no nos gustó el ambiente corrientón. En lugar de eso decidimos regresar por el carro, llevarlo de vuelta a la casa de Aníbal e ir a Huaringas ¡para variar!. En casa de Aníbal conocí a su papá e indirectamente a sus hermanos y hermanas, a través de fotos. Una vez en Huaringas, Rashid nos consiguió una mesa y pedimos los tragos: Huaringas sour para Aníbal, jugo de granadilla con mandarina para Gloria y sour de granadilla con fresas de Pachacamac para mí. Como si no hubieramos tragado lo suficiente, pedimos unos langostinos empanizados con quinua para picar. Todo estuvo buenísimo, como siempre, pero el volumen de la música y de las conversaciones vecinas era muy alto, así que no nos quedamos mucho rato.

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