Monday, May 03, 2010

Viaje a Lima (13 Abril 2010)

Por fin llegó el día del viaje. Emocionada hasta los huesos, me levanté minutos antes de que suene mi alarma, a las 5:09 am. Aproveché para copiar algunos MP3 en mi reproductor y revisar correos. Preparé un desayuno super nutritivo y contundente para aguantar hasta la comida del avión: avena, frambuesas, plátano, harina de linaza, germen de trigo, semillas de calabaza, canela y mantequilla de maní.

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El taxi llegó a las 6:20 en punto y gracias a que las calles estaban aún despejadas, llegamos a las 6:35 al aeropuerto. Todavía no habían abierto los counters de Lan, pero igual hice la cola para agarrar un buen asiento. Luego del check-in paseamos un rato por las tiendas y luego me despedí de Alvaro para pasar por migraciones y estar más tranquila.

El vuelo a Auckland salió a tiempo y me dieron un segundo desayuno: yogurt de frutos del bosque, ensalada de frutas (manzana, melón, piña), pan, mantequilla, mermelada de fresa, sandwich de jamón, lechuga y tomate con mantequilla, agua. Durante el vuelo, que duró un poco más de tres horas, aproveché para meditar un rato.

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La escala en Auckland demoró 80 minutos. Una vez de vuelta en el avión se me abrió el apetito nuevamente. Felizmente sirvieron la cena aproximadamente una hora después del despegue: ensalada de tomate, lechuga y zanahoria con aliño francés, pescado blanco con puré de papa y espinaca cocida, pan, mantequilla, torta mousse de chocolate con compota de frambuesa, sauvignon blanc y agua. La comida estuvo rica, el plato de fondo bajo en sal como siempre (nada que no se arregle con el sobrecito de sal que le dan a uno con los cubiertos) y el postre bastante bueno.

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A mitad del vuelo, después de dormir, ver una película y leer un poco, me dio hambre de nuevo. Fui a la parte trasera del avión donde siempre hay snacks y bebidas para los que quieran y me comí un sandwich de jamón y queso con mantequilla y un vaso con agua.

Muchas horas después (el vuelo Auckland - Santiago demora aproximadamente 12 horas) sirvieron el desayuno. Nuevamente yogurt, frutas, pan, mantequilla, mermelada, un omelette acompañado por una mini salchicha y tomate cocido, y agua.

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En el aeropuerto de Santiago me di con la desagradable sorpresa de que el salón VIP Pacífico, donde Alvaro y yo habíamos pasado varias horas en nuestro primer viaje a Sydney, estaba cerrado. Boost también estaba cerrado, por remodelaciones debidas al terremoto de hace unos meses. Los salones VIP de Lan sí estaban abiertos, pero el accesible para la plebe costaba $50, casi el doble del salón Pacífico. Decidí ahorrar esa plata para el regreso, en el que pasaría 11 horas en lugar de 8 en el aeropuerto. Paseé mil veces por las tiendas (no compré nada), dormí en los asientos de la sala de embarque más tranquila, leí, me tomé un jugo de frambuesa. Mi almuerzo fue un sandwich de Dunkin Donuts, más barato que los de Starbucks, llamado "gurmet pavo" (no es un error de tipeo) que llevaba lechuga, tomate, jamón, queso y jamón de pavo. También tomé un agua con gas, todo por la módica suma de US$6. Módica comparada con lo que me costó el jugo, US$5.

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Con el cuerpo molido pero habiendo descansado un poco me subí al avión que me llevó finalmente a Lima. Las tres horas y pico de vuelo se fueron bastante rápido, cené una ensalada de lechuga, tomate y aceitunas con aliño de limón, lasagna vegetariana, pan, mantequilla, cabernet sauvignon y agua mezclada con jugo de manzana y Vital Greens. El postre era una torta de mermelada que no comí.

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El avión aterrizó a tiempo, pasé por migraciones al toque, las maletas demoraron un poco, en aduanas me tocó luz roja pero felizmente sólo pasaron mis maletas por los rayos X. Salí justo cuando mi mamá llegaba, fue a buscarme con mis tías Ade y Rosi en la camioneta de un vecino.

Mi llegada fue como una de las tantas cuando solía viajar por chamba, como si hubiera pasado sólo un mes en lugar de once desde que me fui. Hasta me atrevería a decir que entrar a la casa de mis papás y estar conversando con mis tías y mi mami, comiendo un min pao de chancho buenazo, fue como una visita de fin de semana. Por supuesto que esto no significa que no extraño a mi familia, sino que sospecho que el velo del apego está desapareciendo poco a poco.

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Después de conversar un buen rato y repartir regalos y dulces me di un duchazo (muy necesario después de más de 24 horas sin bañarme) y me acosté.

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