Down under (Sydney día 1)
Todavía no me recupero del jet lag del último viaje, el más importante y chevere de todos, en el que nos convertimos en residentes permanentes de Australia y visitamos a mi hermana Gladys, a quien no veía hace casi 4 años y Alvaro ni conocía.
El viaje fue largo pero no tan traumático como mi primer viaje de casi un día. Nuestro vuelo estaba programado para las 15:15, así que fuimos temprano al aeropuerto (ya que el destino no admite check-in electrónico) y, luego de hacer los trámites respectivos, despedirnos de mis suegros y comprar piscos para Gladys, almorzamos en el aeropuerto. Sí, después de mucho criticar los escandalosos precios de la comida y bebida en el aeropuerto, decidimos gastar en esos lujos como quien se prepara para el costo de vida en Oz.
Comimos en Manacaru, el único restaurante disponible en la zona de embarque. Pedimos una ensalada primavera, un sandwich de queso, un pie de limón, un agua mineral y un jugo de piña. La gracia salió S/. 75.60, aunque he de reconocer que todo estuvo rico. Luego de la espera llegó el turno de embarcar el A320. El primer tramo estuvo bien, dormí un poco y comí bien (ensalada, roast beef, queso, jamón, lechuga, un pedazo de wrap, pan, queso crema, mantequilla, brownie Don Mamino y chocolate).
En el aeropuerto de Santiago tuvimos una escala de casi 4 horas, en la que aparte de ver tiendas tomamos agua, un jugo de Boost (yo) y un chai latte (para variar, Alvaro). A bordo del A340 se iban agotando las opciones para soportar las largas horas de vuelo. El avión es incómodo para dormir y un lado de mis audífonos no funcionaba (el problema estaba en el jack y no en los audífonos) pero aún así logré dormir, leer, meditar y escuchar un poco de música. La cena estuvo mala (sorry amigos chilenos, pero realmente su comida no es muy sabrosa), yo elegí el salmón con puré de espinaca y verduras cocidas (le eché mantequilla a todo para que tuviera algo de sabor pero no tuve mucho éxito), Alvaro escogió la pasta (un formato raro con relleno soso) con una salsa que sabía a crema de leche sola. A esto se sumaron el pan con mantequilla que no tiene pierde, un tres leches con manjar de sabor químico y un chocolate. Anunciaron bebidas y snacks en la parte posterior de la cabina pero estaba tan cansada que sólo tomé varios vasos de agua cuando pasaban las azafatas ofreciéndolos. Poco antes de aterrizar en Santiago sirvieron el desayuno, de mucho mejor sabor que la cena: omelette (la otra opción era un sandwich de jamón y queso), pan, mantequilla, mermelada, yogurt y keke de plátano.
Llegamos a Auckland y bajamos para la escala técnica. Pasamos un buen rato parados haciendo cola para pasar por la revisión de rigor, porque la puerta estaba cerrada (asumo que la susodicha revisión tiene un horario determinado). Había cierto nerviosismo entre algunos de los viajeros por el corto tiempo de las escalas (una hora en nuestro caso), pero felizmente estuvimos a tiempo para reabordar el avión.
Nuevamente en el A340 y una vez alcanzada la altitud de crucero volvimos a desayunar, esta vez fruta (melón, piña, manzana, pepino), yogurt y un sandwich de queso y jamón en un pan raro pero rico.
Y llegó el esperado momento de desembarcar en Sydney. No me sentí mareada como cuando llegué a Tokio, pero si cansada y totalmente resina. En el aeropuerto la cola de aduanas es mucho más grande que la de migraciones (y está conformada en gran parte por tablistas) debido a las estrictas leyes que regulan el ingreso de productos de todo tipo al país. Pasamos la inspección sin problemas (tuvimos que eliminar del cargamento de comida para Gladys los sobres de alimentos que contenían leche porque es uno de los muchos ingredientes prohibidos). Mi hermana había ido a buscarnos y nos emocionamos mucho al vernos, ella soltó unas cuantas lágrimas; evidentemente para los que me conocen, yo no. Alvaro y Gladys se conocieron por fin en persona. Fuimos a tomar un taxi y vimos los primeros esbozos de Sydney, acostumbrándonos poco a poco al timón a la derecha y el sentido del tráfico.
Gladys guió al taxista hasta el hostel en Newtown. El recepcionista tenía la reserva registrada pero nos informó que podríamos usar la habitación después de la limpieza, a eso de las 11:30 o 12. Gurdamos las maletas en la custodia del hostel, Gladys nos explicó cómo movilizarnos a la oficina del agente y me prestó dólares australianos, luego se fue a la oficina.
Nosotros partimos a conocer la zona, caminamos por King Street, la avenida principal de Newtown que está llena de restaurantes de todo tipo y otros negocios. En el camino paramos en Franklin's, un supermercado cercano, en el que compramos un mix de fruta seca y semillas y beef jerky. Seguimos caminando hasta las 11 y pico, volvimos a Franklin's a comprar cosas para los desayunos, regresamos al hostel, nos acomodamos, comimos sandwiches (Alvaro de queso y yo de Vegemite, el famoso spread australiano que sinceramente no me gustó para nada) y nos dimos un baño.
Salimos a tomar el tren para nuestra cita con la persona de la agencia. De regreso tuvimos un pequeño percance, tomamos un tren con paradas limitadas, entre las cuales no estaba Newtown. Tuvimos que tomar otro tren en sentido opuesto y llegamos con las justas para encontrarnos con Gladys.
Después de conversar un poco en la habitación salimos a cenar. Quisimos arrancar nuestra estadía con comida tailandesa, así que fuimos al Thai Pothong. Pedimos para compartir: BBQ lamb cutlets, arroz jazmín, pad thai y una chela tailandesa de marca Singha. La comida y la atención estuvieron espectaculares. Los postres de la carta no nos provocaron mucho así que salimos en búsqueda de algo dulce.
Comimos en Manacaru, el único restaurante disponible en la zona de embarque. Pedimos una ensalada primavera, un sandwich de queso, un pie de limón, un agua mineral y un jugo de piña. La gracia salió S/. 75.60, aunque he de reconocer que todo estuvo rico. Luego de la espera llegó el turno de embarcar el A320. El primer tramo estuvo bien, dormí un poco y comí bien (ensalada, roast beef, queso, jamón, lechuga, un pedazo de wrap, pan, queso crema, mantequilla, brownie Don Mamino y chocolate).
En el aeropuerto de Santiago tuvimos una escala de casi 4 horas, en la que aparte de ver tiendas tomamos agua, un jugo de Boost (yo) y un chai latte (para variar, Alvaro). A bordo del A340 se iban agotando las opciones para soportar las largas horas de vuelo. El avión es incómodo para dormir y un lado de mis audífonos no funcionaba (el problema estaba en el jack y no en los audífonos) pero aún así logré dormir, leer, meditar y escuchar un poco de música. La cena estuvo mala (sorry amigos chilenos, pero realmente su comida no es muy sabrosa), yo elegí el salmón con puré de espinaca y verduras cocidas (le eché mantequilla a todo para que tuviera algo de sabor pero no tuve mucho éxito), Alvaro escogió la pasta (un formato raro con relleno soso) con una salsa que sabía a crema de leche sola. A esto se sumaron el pan con mantequilla que no tiene pierde, un tres leches con manjar de sabor químico y un chocolate. Anunciaron bebidas y snacks en la parte posterior de la cabina pero estaba tan cansada que sólo tomé varios vasos de agua cuando pasaban las azafatas ofreciéndolos. Poco antes de aterrizar en Santiago sirvieron el desayuno, de mucho mejor sabor que la cena: omelette (la otra opción era un sandwich de jamón y queso), pan, mantequilla, mermelada, yogurt y keke de plátano.
Llegamos a Auckland y bajamos para la escala técnica. Pasamos un buen rato parados haciendo cola para pasar por la revisión de rigor, porque la puerta estaba cerrada (asumo que la susodicha revisión tiene un horario determinado). Había cierto nerviosismo entre algunos de los viajeros por el corto tiempo de las escalas (una hora en nuestro caso), pero felizmente estuvimos a tiempo para reabordar el avión.
Nuevamente en el A340 y una vez alcanzada la altitud de crucero volvimos a desayunar, esta vez fruta (melón, piña, manzana, pepino), yogurt y un sandwich de queso y jamón en un pan raro pero rico.
Y llegó el esperado momento de desembarcar en Sydney. No me sentí mareada como cuando llegué a Tokio, pero si cansada y totalmente resina. En el aeropuerto la cola de aduanas es mucho más grande que la de migraciones (y está conformada en gran parte por tablistas) debido a las estrictas leyes que regulan el ingreso de productos de todo tipo al país. Pasamos la inspección sin problemas (tuvimos que eliminar del cargamento de comida para Gladys los sobres de alimentos que contenían leche porque es uno de los muchos ingredientes prohibidos). Mi hermana había ido a buscarnos y nos emocionamos mucho al vernos, ella soltó unas cuantas lágrimas; evidentemente para los que me conocen, yo no. Alvaro y Gladys se conocieron por fin en persona. Fuimos a tomar un taxi y vimos los primeros esbozos de Sydney, acostumbrándonos poco a poco al timón a la derecha y el sentido del tráfico.
Gladys guió al taxista hasta el hostel en Newtown. El recepcionista tenía la reserva registrada pero nos informó que podríamos usar la habitación después de la limpieza, a eso de las 11:30 o 12. Gurdamos las maletas en la custodia del hostel, Gladys nos explicó cómo movilizarnos a la oficina del agente y me prestó dólares australianos, luego se fue a la oficina.
Nosotros partimos a conocer la zona, caminamos por King Street, la avenida principal de Newtown que está llena de restaurantes de todo tipo y otros negocios. En el camino paramos en Franklin's, un supermercado cercano, en el que compramos un mix de fruta seca y semillas y beef jerky. Seguimos caminando hasta las 11 y pico, volvimos a Franklin's a comprar cosas para los desayunos, regresamos al hostel, nos acomodamos, comimos sandwiches (Alvaro de queso y yo de Vegemite, el famoso spread australiano que sinceramente no me gustó para nada) y nos dimos un baño.
Salimos a tomar el tren para nuestra cita con la persona de la agencia. De regreso tuvimos un pequeño percance, tomamos un tren con paradas limitadas, entre las cuales no estaba Newtown. Tuvimos que tomar otro tren en sentido opuesto y llegamos con las justas para encontrarnos con Gladys.
Después de conversar un poco en la habitación salimos a cenar. Quisimos arrancar nuestra estadía con comida tailandesa, así que fuimos al Thai Pothong. Pedimos para compartir: BBQ lamb cutlets, arroz jazmín, pad thai y una chela tailandesa de marca Singha. La comida y la atención estuvieron espectaculares. Los postres de la carta no nos provocaron mucho así que salimos en búsqueda de algo dulce.
En Oz los negocios cierran temprano, incluso los de comida, así que teníamos pocas opciones, pero afortunadamente Gloria Jeans estaba abierto. Esta cadena de cafés, el Starbucks australiano, tiene buen ambiente y buenos productos. Pedimos un cheesecake de maracuyá y uno de moras para compartir. Luego de ese primer agotador día nos fuimos a descansar.
Labels: Viajes
1 Comments:
Cuanto ganas, ah?. Debes ganar bien como para vijar tanto....
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