Negación de la luz (o "Mi closet es un agujero negro")
En algún momento de mi vida mi guararropa se tornó tricolor, con pocas excepciones. Lo que más me sorprende es cómo, antes de que eso sucediera, pude haber usado ropa de tantos colores. La respuesta parece simple: usaba lo que me compraba mi mamá. Pero no es tan simple, porque debo confesar que recuerdo haber escogido gran parte de esa ropa. Así, a pesar de que el azul siempre fue mi color favorito, recuerdo haber usado verdes, morados, mostazas, turquesas, amarillos, rojos, naranjas y - oh my god - hasta rosados y fucsias.
Hacia fines del colegio, aunque todavía quedaba ropa colorida en mi closet, sucumbí ante la fiebre de los polos blancos. También había alguno que otro plomo. Durante la universidad esta tendencia se mantuvo pero empecé a inclinarme por el color negro, otro de mis favoritos. Y así, poco a poco, empezó a depurarse la paleta cromática en mi guardarropa hasta quedar, casi por completo, convertida en un trío: negro, azul y plomo, con obvia (para los que me conocen) predominancia del negro y 2 o 3 escapaditas color verde militar. Y gracias a esto, o, mejor dicho, por culpa de esto, ahora cada vez que quiero ponerme un polo negro específico tengo que nadar entre algunas decenas de polos, que en muchos casos están colgados al revés, lo cual dificulta aún más la búsqueda.
Y de pronto llegaron a mi vida que son ahora lo más importante y que me obligan a usar, irónicamente, uniformes (uniformes! yo que he peleado tanto por defender mi libertad de los uniformes) blancos: la cocina y el taekwondo. Pero no hay problema, lo tomo como un cierto matiz que equilibra mi hipocromática existencia.
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