Monday, November 26, 2007

Cuarta vez en Bs As (quinta en Argentina), primera vez por chamba

No viajaba por chamba desde el 2005, cuando estaba en TSS. En la primera entrevista que tuve para mi actual trabajo se mencionó la posibilidad de viajar, pero, obviamente, los detalles se dejaron para cuando llegue el momento. Nueve meses después, el momento llegó. En el interin me había enterado que acá no existen los viáticos, lo cual fue la primera gran desilusión. Cuando estaba en TSS, el cliente pagaba un monto per diem ($25 o $35 diarios, dependiendo del destino) de los cuales gastaba sólo una parte porque solía comprar mi comida en algún supermercado en lugar de comer en restaurantes. El resto lo utilizaba para comprar regalos y cosas para mí.

Acá el asunto se maneja con reembolso de gastos. Es decir, hay que pedir comprobante de todo y después ingresar todos los gastos en el sistema de la firma, esperar a que se aprueben y recibir el monto exacto unos días después. Obviamente uno no puede mandarse a comer en un restaurante carísimo o incluir bebidas alcohólicas en la cuenta porque en esos casos los gastos son rechazados.

Otro gran inconveniente de este viaje fue el horario. Mi vuelo salía el 22 a la 01:25 (hora de Lima) y debía llegar a las 07:40 (hora de Buenos Aires) al aeropuerto Ezeiza. Pasar por migraciones me iba a tomar por lo menos media hora (tuve la previsión de sólo llevar equipaje de mano para evitar esperar el de bodega) y el viaje en taxi a esa hora duraría aproximadamente 45 minutos más. Después tendría que hacer el check-in, proceso de duración variable que depende de la cantidad de huéspedes haciendo cola en el counter, ir a mi habitación, bañarme y salir en un taxi rumbo a la oficina. El taxi era necesario porque el hotel reservado por la gente de Buenos Aires no fue del agrado del bolsillo de mi oficina. Así, mientras todos los demás miembros del workshop se hospedaron a media cuadra de la oficina, yo me hospedé a 15 cuadras, en un hotel más económico. Con todo eso era evidente que no podría llegar a tiempo a la reunión.

Como era de esperarse, la ley de Murphy se cumplió una vez más y encima de todo, el avión partió 40 minutos después de la ETD. Les perdoné la demora porque el snack estuvo buenísimo: fruta (sandía y piña), sandwich caliente de jamón y queso y keke de frutos secos y canela). Una vez en el hotel, me informaron que no podían darme la habitación antes del mediodía. Así que tuve que bajar al baño del hotel y cambiarme para ir a la oficina. Llegué una hora tarde a la reunión y tras las disculpas del caso me senté en el sitio que tenía un cartelito con mi nombre.

Mi última comida había sido como a las 00:30 (hora de Buenos Aires). Ya eran las 10:00 y me moría de hambre. En las mesas en las que estábamos sentados había dulceras con dulces (caramelos, caramelos masticables y toffees). A unos metros había una mesa con café, infusiones, mediaslunas y bizcochos, pero la vergüenza de haber llegado tarde fue mayor a mi hambre. Me mantuve con dulces y agua hasta poco antes del almuerzo, cuando hubo un break y pude comer unas medialunas.

El almuerzo fue ahí mismo, en la sala de reuniones. Acondicionaron una mesa en donde colocaron platos con fiambres y quesos, vegetales, panes, carne y pasta con salsa de tomate. De postre había helado con merenguitos y fudge.

En la sesión de la tarde empecé a sentir los estragos de haber dormido sólo un par de horas antes del viaje y, por supuesto, de la comida. Nada que no se pudiera manejar con mate cocido y café. En la tarde aparecieron en la mesa auxiliar masitas dulces (galletas de distintos tipos y sabores). Fue recién cuando me di cuenta que los argentinos son bien dulceros.

Esa noche tuvimos una cena de bienvenida. Todos caminaron unos metros hacia el hotel donde estaban alojados y yo tomé un taxi al mío. Me entregaron la maleta que había quedado en el depósito del hotel y la llave de mi habitación. Tomé (por fin) un baño, me cambié y partí a encontrarme con el resto.

Sólo había un auto disponible, así que partimos 4 personas en él y los otros 6 caminando, rumbo a Puerto Madero. Teníamos reserva en La Caballeriza, para variar, un restaurante de carnes. Mientras comíamos los pancitos de cortesía, ordenaron los piqueos: empanadas para los extranjeros (bajo la premisa de que nunca las habíamos probado, a pesar de que existen en muchos países de sudamérica), chorizos y provoletas (queso provolone gratinado en moldes de arcilla). Pidieron un par de botellas de malbec Nieto Senetiner, buena elección. Los piqueos solos (más el refill de pancitos) eran suficientes para dejarnos satisfechos. Mientras tanto, nos tomaron la orden de los platos de fondo. Yo pedí matambrito al roquefort y ensalada de la casa. Las carnes eran enormes. Terminamos al borde del empacho. Y luego vino el postre. Yo no podía más pero había helados y, para el que no lo sepa, el peor helado argentino es mil veces mejor que un D'Onofrio. Pedí una bola de helado de crema con frambuesas y llegué a mi límite.


Eran cerca de las 00:00 cuando salimos del restaurante. Estaba lloviendo, por suerte el dueño del auto me dejó en el hotel. Traté de hacer postraciones ahí (para no romper el hábito de un mala diario y para tratar de digerir un poco la cena) pero el piso de la habitación estaba alfombrado y el baño era demasiado chico. Después de ver un poco de tele, me dormí.

Al día siguiente me desperté temprano, creo que a las 06:30. Con la pesadez estomacal todavía ahí, hice ejercicio y me bañé. Como el desayuno estaba incluido en la tarifa del hotel, aproveché para tomar un jugo de pomelo, fruta, leche y un poquito de porridge. Llegué a la oficina temprano, conecté mi laptop y no comí nada hasta poco antes del almuerzo. La comida fue similar a la del día anterior. El snack de la tarde también. La reunión fluyó ordenadamente y terminamos antes de la hora prevista, así que nos despedimos y salí de la oficina con la intención de tomar un taxi hacia el hotel, cosa que resultó imposible un viernes en la tarde en pleno centro de Buenos Aires. Finalmente regresé caminando, con mi laptop en la mochila y mis incómodos zapatos de trabajo.

Tomé una ducha, me cambié y salí caminando nuevamente hacia el mismo punto, en busca de alfajores para traer a Lima. La idea era tratar de conseguir unos mejores a los Vacanita (tarea difícil según lo comprobado en el anterior viaje a Argentina) y, de ser posible, conseguir también algunos con dulce de membrillo. Así que en el camino de regreso a las primeras cuadras de la Av. Corrientes probé un par de alfajores: Caicayén y El Cachafaz (sugerido por un compañero de trabajo argentino). Con el Caicayén no pasaba nada. La masa era muy dura, casi una galleta. El Cachafaz estaba bueno, pero para mi gusto tenía mucho dulce de leche para el grosor de la masa. Finalmente compré 3 cajas de Vacanita con dulce de leche (los únicos con membrillo que había eran Caicayén. Un vendedor me aseguró que existen los Vacanita con membrillo pero son difíciles de encontrar, así que es una tarea pendiente para los próximos viajes a Argentina). Aparte de eso vi ropa pero no compré nada.

Ya eran casi las 21:00 y emprendí el camino de regreso al hotel con la esperanza de digerir toda la comida acumulada y encontrar un buen lugar donde cenar. No fue así y me vi nuevamente en mi cuarto, sólo para dejar la mochila y salir nuevamente. La excusa fue llamar por teléfono a la agencia de viajes para confirmar si tenía el taxi pagado para el aeropuerto. No lo tenía, así que una vez más caminé hasta Corrientes. Entré en un sitio, me senté y pasaron unos minutos sin que algún mozo se acercara. Salí y caminé a Lavalle. Entré a otro sitio (El Gaucho) que tenía precios razonables escritos en la ventana. El cuchillo que estaba puesto en la mesa donde me senté estaba sucio y los precios de los demás platos de la carta no eran tan económicos, así que tampoco me quedé ahí. Seguí caminando por Lavalle, pasé por Los Inmortales (ese buen restaurante donde comí con Alvaro hace unos días) pero quería probar algo nuevo. Regresé a Corrientes y caminé hasta Pétalo, una pizzería con buen puntaje en la Guía Oleo. La atención fue excelente, al igual que la comida. Pedí una pizza verde (acelga, provolone, mozzarella, aceitunas verdes, aceite de oliva y orégano) individual (qué me dejó repleta) y un agua mineral con gas.

Regresé a pie para bajar la cena. Al llegar dejé el equipaje listo para el checkout. El sábado me levanté temprano para hacer un poco de ejercicio y bajé a hacer el checkout. El taxi llegó puntualísimo y demoró sólo 25 minutos hasta el aeropuerto. Ahí empecé a sentir hambre (no pude tomar desayuno en el hotel porque era muy temprano) así que me tomé un jugo de naranja con los pesos que me quedaban. Aproveché para comprar un malbec en el duty free del aeropuerto. El avión partió puntualmente, el desayuno estuvo bueno (fruta, sandwich caliente de queso y jamón ahumado y yogurt) y aterrizamos a la hora prevista. Bajé del avión con el osito capitán de Lan para Alvaro en la mochila. Mis suegros me recogieron y me llevaron a la bioferia para comprar queso y el almuerzo, entre otras cosas.

Mi próximo viaje a Buenos Aires será en marzo de 2008. Mike Portnoy ya dijo en una entrevista que en ese mes será la gira en Sudamérica y esta vez planeamos empalmar con Chile.

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