Tuesday, October 23, 2007

Zzzzzzzzzz

Ayer me pasó algo que no me pasaba hace mucho: cabecear en clase. Recordé mi habilidad para escribir estando casi dormida (lástima que esta habilidad no incluye escribir en la línea del cuaderno) y lo desesperante que es no poder controlar el sueño. Lo mismo me pasaba allá por el 97-2 (creo) en la clase de Series y Métodos Numéricos con el legendario profesor Luis Paihua. Estaba tan aburrida por no entender nada (gracias a mis constantes escapadas para tocar en la rotonda con Hugo y Erika) que me iba quedando dormida mientras escribía cosas cada vez más ilegibles e ilógicas. Tal vez por eso casi jalo el curso. Habría sido el segundo curso jalado en la historia de mi humanidad (el primero fue Educación Física, por obvias razones). Técnicamente jalé el curso pero mi desesperación por no manchar mi reputación fue tan grande que presenté un reclamo, Paihua se apiadó de mí y me subió el cachito que necesitaba para aprobar.

Diez años más tarde, en un instituto con instalaciones demasiado inapropiadas, en un salón que ocupa la cuarta parte de mi habitación, en el que hace o mucho calor sin aire acondicionado o mucho frío con él, en el que paso 4 horas y pico después de las 8 y 30 horas reglamentarias de chamba, vuelvo a cabecear mientras escribo. Han sido sólo 5 días de clases (hoy es el sexto y último) pero me siento agotada.

Definitivamente no es el hecho de tener clases. He estudiado 1 año completo con sólo 3 semanas de vacaciones, de lunes a viernes, después de las mismas 8 horas y media de chamba (y se trataba de una chamba mucho más estresante). Pero las clases en lugar de cansarme, me relajaban. Y no sólo las teóricas; muchas veces nos quedábamos de pie cocinando de 6:30 a 11 o 12 de la noche, pero las horas se me pasaban volando y me sentía super bien. Sí, definitivamente el problema es tener clases de algo que no me gusta.

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