Monday, November 13, 2006

La vida en Acho

Pasar tiempo en Acho me ha hecho pensar en muchas cosas. En primer lugar, durante el break del primer día me di cuenta de que el tipo de gente presente en la plaza no era el mismo tipo de gente que - según mis recuerdos - frecuentaba las corridas en los ochentas. Ahora la gente es más "nice". Se ve que tienen apellidos con alcurnia y ropa de sobra porque usan prendas caras y en ocasiones muy elegantes para pasar la tarde en medio de la polvareda de la plaza. ¿Será que siempre hubo gente así pero yo no me daba cuenta porque mi papá nos llevaba a la zona "sol" y ahora trabajo en la zona "sombra"? ¿Será que en esa época nosotros también éramos una familia pudiente como estas familias que no tienen reparos en gastar 70 soles por menú? ¿Será que nuestro país realmente se ha ido al carajo y ahora sólo ese pequeño porcentaje con poder adquisitivo puedo asistir a las corridas? De cualquier forma, veo a la feria taurina de Acho como una mezcolanza de cosas que encajan a la fuerza. De apariencias y avaricia.

Hablar de apariencias me lleva a hablar de indiferencia. Estoy segura de que al menos la mitad de la gente que va a Acho alguna vez ha expresado su desacuerdo con la matanza de toros, al menos reenviando el clásico power point al respecto. Nosotros tenemos brazaletes restringidos, por lo que no podemos entrar a ver las corridas. Aún así, hablando con los bouncers se puede entrar. Yo no he querido entrar porque siento que estaría traicionando mis principios. ¿Pero son suficientemente fuertes estos principios? ¿Debería hacer algo para frenar las corridas, alucinarme personaje de película y aprovechar que estoy infiltrada en el lugar de los hechos para sabotear la feria? ¿Hubiera sido positivo para los toros negarme a trabajar en el restaurante de Acho?

Sea como sea, ya pasaron 5 fechas y sólo queda una. El cierre de la feria, el día en el que los pitucos más pitucos de Lima se pondrán su mejor ropa para ir a una de las tantas zonas feas y peligrosas de Lima a llenarse de polvo mientras disfrutan ver sufrir a los toros y gastan cantidades ridículas de dinero en comida y trago. Con 600 reservaciones hechas se pronostica un día duro de trabajo para nosotros y el cierre de una tradición limeña que tiende a no acabar por representar un negocio redondo.

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